Los empresarios «Hiroo Onoda».

Por: Libia P.A. 

¿Cómo saber cuándo rendirse?

Foto vía: https://www.montereyherald.com

Hoy conocí la historia de Hiroo Onoda, un oficial de inteligencia del ejército japonés, que durante la segunda guerra mundial fue encomendado a proteger la Isla de Lubang en Filipinas y tras no enterarse, ni aceptar, que la guerra había terminado, siguió defendiendo su territorio hasta 1974, casi 30 años después. 

Al estar en medio de la selva e incomunicados, los soldados no se enteraron que Estados Unidos había puesto fin a la guerra con las bombas de Hiroshima y Nagasaki, haciendo que permanecieran escondidos comiendo plátanos, mangos, y animales de la isla para sobrevivir. En más de una ocasión fueron avisados por aldeanos, pero no les creyeron. En otros intentos, se mandaron hacer volantes con la noticia y los dejaron caer desde las alturas con la esperanza de que fueran vistos por los soldados y salieran de su escondite, pero fue inútil pues, aunque Onoda y su grupo los leyeron, creyeron nuevamente que era una estrategia de los enemigos para derrotarlos. Con el tiempo, dos de los soldados fallecieron en pleitos con la policía filipina y, otro más, se rindió dejando a Onoda sólo en la selva. 

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CreditJiji Press/Agence France-Presse — Getty Images

Onoda, pronto se convirtió en un misterio y una leyenda; en 1959 se le dio por muerto, hasta que Norio Susuki, un estudiante japonés, se puso tres objetivos en la vida: encontrar a Hiroo Onoda, encontrar un panda y un Yeti (abominable hombre de las nieves). Susuki fue por la selva gritando que el emperador le buscaba y estaba preocupado por él, a lo cual Onoda finalmente salió de su escondite. Tras conversar con él, Onoda por fin se enteró de la realidad: había pasado casi 30 años, luchando contra algo que ya no existía. Cuando se le preguntó por qué no había hecho caso de los avisos, Onoda se concretó a decir: «Era un oficial y recibí una orden, si no la hubiera cumplido habría caído en la peor de las vergüenzas.» 

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A su regreso, Onoda, se convirtió en toda una  celebridad, pero su choque con la nueva realidad y la versión de un Japón occidentizado, le hizo caer en frustración y darse cuenta de una dura verdad: había desperdiciado 30 años de su vida, por seguir una orden y su convicción de no rendirse nunca. 
Esta historia, me hace recordar una pregunta habitual:

¿Cómo saber cuándo rendirse? 

Hoy en día, somos bombardeados por frases de no rendirse nunca, de no desistir, de seguir adelante, de mantenerse firme, a tal grado que la presión social, inclusive, puede ser tan fuerte que coloca a los demás en una disyuntiva entre lo que debe o no hacer. El fracaso, tan satanizado por algunos y tan glorificado por otros, ha llevado a dos extremos: a ocultarlos y evitarlos a toda costa o bien, a tirarlo todo por la borda para que el fracaso sea magistral, porque hasta en ello, hay una presión implícita: si vas a fracasar, hazlo bien, porque hasta en el fracaso, se castiga la mediocridad. 
Estos dos extremos, llevan de la mano una actitud: no rendirse nunca. Sea para triunfar, o para llevar al fracaso, ambos implican no dejar el camino. Acelera el auto hasta chocar, o sigue manejando a ver dónde terminas, con suerte en un paraje afortunado.

La mayoría de nosotros, alguna vez, nos hemos topado con un «Onoda», personas que, fieles a sus convicciones o ideas, han dedicado años sin llegar a nada o sin cambiar su situación, siendo felices en el momento e incluso sintiéndose plenos por seguir firmes a sus ideales (algunos incluso aguantan matrimonios o empleos insoportables, por ejemplo), hasta que años más tarde, se dan cuenta del tiempo que han perdido por no «rendirse» a tiempo. 
Y es quizá aquí, donde encuentro una de las más grandes trampas: Perseverar, no tendría que ser sinónimo de ser tercos. Cuando las señales a tu alrededor te indican que algo va mal, o está cambiando, es que debemos ser lo suficientemente hábiles para no ignorarlo y reaccionar. Para Onoda rendirse significaba dejar de luchar, pero ante los ojos de otros, él se rindió ante una orden y una idea tatuada en su mente, siendo «más cómodo» seguir en ese camino, a investigar si algo había de cierto en la información recibida. 

Entonces… ¿Cómo saber cuándo rendirse? 

Si partiéramos de un principio básico de todo emprendedor, que es la perseverancia, podría decir que nunca, y que tienes que ser capaz de saber cuándo tienes que virar a la izquierda o derecha para evitar chocar.
Si eres incluso de los que considera que chocar contra todo y quedar en la nada, es la forma de triunfar, se tiene que ser muy hábil para aprender y seguir adelante.

El rendirse en un negocio, como en la vida, es una cuestión de actitud más que de hechos; si la pregunta en concreto se torna a ¿cómo saber cuándo cerrar un negocio?, te diría que cuando ya no estés dispuesto a escuchar.


La información de tu entorno, tiene que darte la pauta para actuar; es tu sistema de inteligencia y actitud, lo que te ayudará a saber cuándo tienes que hacer cambios drásticos.  Dicho de otra manera, rendirse, no es abandonar, si esto es una decisión estratégica que te lleve a alcanzar la meta.  Rendirse, sería sumirse en la mediocridad o una zona de confort, engañados por una falsa perseverancia, y esa, es una trampa en la que espero que no caigas.

¿Eres un empresario «Onoda» o conoces alguno? Quizá todos en algún momento lo hemos sido sin saberlo. 

Hualiz